viernes, 29 de marzo de 2013
Soñé contigo esta noche - Paul Verlaine
Soñé contigo esta noche:
Te desfallecías de mil maneras
Y murmurabas tantas cosas…
Y yo, así como se saborea una fruta
Te besaba con toda la boca
Un poco por todas partes, monte, valle, llanura.
Era de una elasticidad,
De un resorte verdaderamente admirable:
Dios… ¡Qué aliento y qué cintura!
Y tú, querida, por tu parte,
Qué cintura, qué aliento y
Qué elasticidad de gacela…
Al despertar fue, en tus brazos,
Pero más aguda y más perfecta,
¡Exactamente la misma fiesta!
Parafilia
Cuando el murmullo de Glenn Gould
irrumpe en el trastorno de mis madrugadas, abro la puerta del mundo que me
presentaste en la penumbra. Tu boca toda pronuncia la historia que mueve mi
cuerpo en ardor. Este hombre me da miedo porque yo lo adoro; él me dice de
vuelta que me adora.
Un azote brutal hubiera sido
pertinente, un embate contra el muro que me redujera al polvo o la total
pérdida de la visión. Yo sería un ave exterminada extinta en amor y piedad
y no el insecto hecho nudos
en el suelo suplicante de misericordia. Jamás gritaría mi vientre: Ven a mí.
Ninguna fiera en sus alas vendría a arrancarme el hígado mañana.
Tú y yo sabíamos bailar, ¿recuerdas?
Tu mano se extendía cortésmente.
Yo respondía con una reverencia. Empezaba esta danza macabra de violines
asustados y dábamos giro tras giro pronunciando palabras peligrosas. Nunca
tocaron nuestros pies el suelo pues la danza que emprendimos era asunto de los
dioses: ellos pueden prolongar el frenesí. Otros, los primigenios, contemplan
las grietas del universo mientras se besan los pies.
Tu historia es un eco que arquea
mi espalda y tu mano esculpe el pecho duro frío de la noche cuando los muslos
te amparan.
Mi grito sigue tu ausencia,
lengua sedienta de vino derramado sobre el rostro.
Todo el aliento que te sabe ya
perdido me hace decir locuras e indecencias que cargan tributos de mirra.
martes, 26 de marzo de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
domingo, 17 de marzo de 2013
Ensayo para una conversación amorosa o el incendio de amor sagrado
Una parte de
mi alma se mantiene viva del recuerdo. Como si pendiera de un fino hilo, la
memoria viaja por corredores por los que solamente se pasa metiendo un poco la
panza y aguantando la respiración. Se mantiene mi amor vivo temiendo la caída y
el desprendimiento.
Como la de
todos los amantes mi memoria es caprichosa y reúne los detalles más sutiles,
quizás para cualquier otro, los más insignificantes. Mi corazón no puede
detenerse a hablar de cosas secretas, de caricias y besos, que sólo podrían
revivir en el corazón de quienes los han sufrido. Aunque sean inolvidables, las
pasiones de dos amantes no tienen forma ni palabra escrita que sea
transmisible.
Cuando estabas
enfermo, se cubría tu frente de un fino rocío que yo arrastraba con el dorso de
mi mano derecha queriendo decir: “Estarás bien, mi buen muchacho”.
Cuando caminábamos
juntos, me hacía mucha gracia ver nuestros pasos bailando al mismo ritmo y
alguna vez pretendí escribir un poema sobre el amor y nuestros pasos. A veces,
no sé por cuál razón, dirigíamos en el mismo instante una mirada hacia el
cielo, cada vez que veo el cielo te recuerdo. Nos otorgábamos así, algunos
pasos de silencio. Una vez, apurados, pretendíamos llegar al otro lado de la
calle para poder, a su vez, llegar a tiempo al teatro mientras yo intentaba
explicarte los valores del silencio (esto fue después de prodigar una mirada al
cielo y tomar una amplia bocanada de aire). No me escuchaste. Quizás yo estaba
hablando muy bajo o quizás simplemente ni siquiera estaba hablando porque
estaba valorando demasiado nuestro silencioso espacio juntos. Quizás
sobrevaloré el silencio y dejé de decirte muchas cosas más importantes que las
que siempre decía.
Yo no tengo
mejores recuerdos que el resto de los amantes y el eco de tu risa se me hecho
tan bello en la memoria como se le hace quizás a cualquier amante, pero para mí
es imprescindible escribir tu risa en algún lugar porque mi mente no es nada
suficientemente sagrado para poder contenerla.
Lo sabes, casi
siempre te envolvía el sueño primero que a mí. Si hubiese estado segura de lo
que sentía, ese temor terrible que alguna vez agitó el corazón de la bella
Cassandra ante el vaticinio de la ruina, te hubiese dejado reposar como un
arcángel implicado en el sueño y quizás nunca de nuevo habría podido parpadear
para no perderme del momento de la madrugada en que peor te acorralaba el frío
ni de la más sutil gradación de azul que se desplegaba en tu alcoba. Sin embargo,
entonces, una voz más sosegada me invadía y decía: “Duerme ya, muchacha, no
sientas temor. ¡Tu amante no se va a librar ninguna guerra! Podrán reír juntos
en todos los jardines. Juntos.” No habría abandonado mis oraciones por sueño.
Dios me lo ha dicho bien: Assalatu
jaiurun minam naum.
No es, y nunca
fue, una forma de vivir esta de vivir con miedo, pero no quiero traer el miedo
hacia el mismo sitio donde habita el recuerdo más dulce.
Ahora tu mano
acude a la mía para golpearla con fuerza contra tu pecho mientras dices: “’¿Crees
que estoy muerto?, Escucha mi corazón.”
Ah, mi alma
siempre agitada de amor por ti. Si alguna vez hubiera tenido el coraje
suficiente para decírtelo, ¿habría cambiado la griega catástrofe?
Esta muchacha
no sabe nada. No sabe cómo vive en una parte de tu alma ni si vive del todo.
Nada como tu aliento ha conmovido su espíritu. No ha podido olvidar el sonido
de tu voz por la mañana que era sólo un poco más grave. Ella muchas veces se te quedó mirando sin que
lo notaras y sin advertir que, de estas cosas que no hacen visita a la
esperanza, viviría esta alma que no toma en cuenta el tiempo ni las brechas que
abren los mares. Ni tampoco la peor de las distancias que es la cercanía. No
hace falta tenerte demasiado cerca para prodigarte desde la tristeza del
silencio y el espacio de estos recuerdos toda la profundidad del amor y las
palabras.
De vez en
cuando, no sé por qué te apareces, y en algún lugar de mi sueño dejas perdido,
más bien olvidado, cual sonámbulo muerto de amor, alguno de tus besos. Cuando
te marchas ya yo te he dado todas mis bendiciones.
sábado, 16 de marzo de 2013
jueves, 14 de marzo de 2013
miércoles, 13 de marzo de 2013
martes, 12 de marzo de 2013
miércoles, 6 de marzo de 2013
martes, 5 de marzo de 2013
Sobre la nostalgia - Milan Kundera (de "La ignorancia").
En griego,
<<regreso>> se dice nostos.
Algos significa <<sufrimiento>>. La nostalgia es, pues, el
sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los
europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego
(nostalgia) y, además, otras palabras
con raíces en la lengua nacional: en español decimos <<añoranza>>;
en portugués saudade. En cada lengua
estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan sólo significan
la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En
inglés sería homesickness , o en
alemán Heinweh, o en holandés heimwee. Pero es8 una reducción espacial
de esa gran noción. El islandés, es una de las lenguas europeas más antiguas,
distingue claramente dos términos: söknudur:
nostalgia en su sentido general; y heimfra:
morriña del terruño. Los checos, al lado de la palabra <<nostalgia>>
tomada del griego, tienen para la misma noción su propio sustantivo: stesk, y su propio verbo; una de las
frases de amor checas más conmovedoras es styska
se mi potobe: <<te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu
ausencia>>. En español, <<añoranza>> proviene del verbo
<<añorar>>, que proviene a la vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología
la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé
qué es de ti. Algunas lenguas tienen alguna dificultad con la añoranza: los
franceses solamente pueden expresarla mediante la palabra de origen griego
(nostalgie) y no tienen verbo; pueden decir je
m’ennui de toi (<<equivalente a te echo de menos>> o <<en falta>>, pero esta expresión
es endeble, fría, en todo caso demasiado leve para un sentimiento tan grave.
Los alemanes pocas veces emplean la palabra <<nostalgia>> en su
forma griega y prefieren decir: Sehnsucht:
deseo de lo que está ausente; pero Sehnsucht,
puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido (una nueva
aventura), por lo que no implica necesariamente la idea de un nostos; para incluir en la Sehnsucht la obsesión del regreso,
habría que añadir un complemento: Sehnsucht
nach der verlorenen Kindheit, o nach
der Vergangenheit, nach der ersten Liebe (deseo del pasado, de la infancia
perdida o del primer amor).
La Odisea, la epopeya fundadora de la nostalgia, nació en los
orígenes de la antigua cultura griega. Subrayémoslo: Ulises, el mayor
aventurero de todos los tiempos, es también el mayor nostálgico. Partió (no muy
complacido) a la guerra de Troya, en la que estuvo diez años. Después se
apresuró a regresar a su Ítaca natal, pero las intrigas de los dioses
prolongaron su periplo, primero durante tres años llenos de los más fantásticos
acontecimientos, y después, durante siete años más, qué pasó en calidad de
rehén y amante junto a la ninfa Calipso, quien estaba tan enamorada de él que
no le dejaba abandonar la isla.
Hacia el final del canto quinto
de La Odisea Ulises dice: <<No
lo lleves a mal, diosa augusta, que yo bien conozco cuán bajo de ti la discreta
Penélope queda a la vista en belleza y en noble estatura. (…) Mas con todo yo
quiero, y es ansia de todos mis días, el llegar a mi casa y a gozar de la luz
del regreso>>. Y sigue Homero: <<Así dijo, ya el sol se ponía,
vinieron a las sombras y, marchando hacia el fondo los dos de la cóncava gruta,
en la noche gozaron de amor uno al lado del otro>>.
Nada que pueda compararse a la
vida de la pobre emigrada que había sido Irena durate mucho tiempo. Ulises
vivió junto a Calipso una auténtica dolce
vita, una vida fácil, una vida de alegrías. Sin embargo, entre la dolce vita en el extranjero y el
arriesgado regreso al hogar eligió el regreso. A la apasionada exploración de
lo desconocido (la aventura) prefirió la apoteosis de lo conocido (el regreso).
A lo infinito (ya que la aventura nunca pretende tener un fin) prefirió el fin
ya que el regreso es la reconciliación con lo que la vida tiene de finito).
Sin
despertarlo, los marinos de Feacia depositaron a Ulises envuelto en sábanas en
la playa de Ítaca, al pie de un olivo, y se fueron. Así terminó el viaje. Él
dormía exhausto. Cuando se despertó no sabía dónde estaba. Pero Atenea despejó
la bruma sus ojos y a él le embargó la ebriedad; la ebriedad del Gran Regreso;
el éxtasis de lo conocido; la música que hizo vibrar el aire entre el cielo y
la tierra: vio la ensenada que conocía desde la infancia, las dos montañas que
la rodean, y acarició el viejo olivo para asegurarse de que seguía siendo el
mismo de hacía hace veinte años.
En 1950, cuando hacía catorce
años que Arnold Schönberg vivía en Estados Unidos, un periodista norteamericano
le formulo algunas preguntas malintencionadamente ingenuas: ¿Es cierto que la emigración
debilita en los artistas su fuerza
creadora, que su inspiración se agota en cuanto dejan de alimentarle las raíces
de su país natal?
¡Imagínense! ¡Tan sólo cinco años
después del Holocausto, el periodista norteamericano no le perdona a Schönberg
su falta de apego a la tierra en la que, ante sus propios ojos, se había puesto
en marcha el horror de los horrores! Pero no puede evitarse. Homero glorificó
la nostalgia con una corona de laurel y estableció así una jerarquía moral de
los sentimientos. En ésta Penélope ocupa un lugar más alto, muy por encima de
Calipso.
¡Calipso, ah, Calipso! Pienso
muchas veces en ella. Amó a Ulises. Vivieron juntos durante siete años. No
sabemos cuánto tiempo compartió Ulises su lecho con Penélope, pero seguramente
no fue tanto. Aún así, se suele exaltar el dolor de Penélope y menospreciar el
llanto de Calipso.
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