jueves, 28 de noviembre de 2013

Blanco

Una de las últimas veces que recuerdo haberte amado tenías la cabeza rapada y descubierta como en un poema ruso. Veo al hombre de la camisa blanca descansar su espalda sobre mi pecho mientras le beso los ojos y las mejillas. ¿Habría hecho tan enorme daño la palabra ‘amor’ entre tú y yo?
Por qué no pude decir nada y me apresuré venturosa a imaginarme en los pasillos de un psiquiátrico erigido para aceptar al amor que me hizo sentir infinita; inmensa como un árbol que protegió tu cabeza aquella fría mañana, te abrazó en sus raíces y susurró muy bajito, junto a tu cuello: Todas las frases que dejó de entender en el principio el hombre el día que, por vergüenza, se abandonó a la cordura y no fue ya intérprete de los cantos que arrastran de Este a Oeste las hojas y el viento.