lunes, 27 de agosto de 2012

Cléo - Les fauves (1967)

Ginette Garcin - Cresoxipropanediol en capsule (1966)

The frog song - Robert Charlebois

Nino Ferrer - Mirza (1965)

YVES MONTAND - Les Feuilles Mortes

Andrew hill

CHICK COREA, Windows

Stan Getz Good-bye (HQ)

domingo, 19 de agosto de 2012

Mina Bang bang (1967)

Jason Parker Quartet - Way to Blue (Nick Drake cover)

ビートルズ「ノルウェイの森」を和訳で歌おう"Norwegian Wood" The Beatles Cover

Buddy Rich - Norwegian Wood

mary lou williams - Sagittarius

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mary lou williams - pisces

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mary lou williams - scorpio

mary lou williams - virgo

viernes, 10 de agosto de 2012

Sobre el "Éxtasis de Santa Teresa" de Gian Lorenzo Bernini




“La melancolía es una manera, por tanto, de tener; es la manera de tener no teniendo, de poseer las cosas por el palpitar del tiempo, por su envoltura temporal. Algo así como una posesión de su esencia, puesto que tenemos de ellas lo que nos falta, o sea lo que ellas son estrictamente.”

María Zambrano




La primera oración, la primera que funcione para explicar sucesos tan impenetrables como la sublimación de un mineral hasta el punto de parecer poseer total movilidad y alma. Poder hablarnos, poder respirar, tener olor y más allá sentir. Es probablemente muy difícil de encontrar en el estado transitorio del mirar y el creer. Se está totalmente poseído por el arte: aterrorizado, feliz, triste, loco, vivo o muerto. Sumido en un profundo vértigo sensorial que hace, con este abrupto estrépito místico del contemplar una pieza artística, una exposición intrínseca y total de nuestra vulnerabilidad ante la seducción de lo que fue, alguna vez, piedra. De lo que hoy es pura sensualidad.

No debe ser en vano la prohibición de adoración de imágenes a la que están sometidas algunas religiones. En algunos casos, el sentimiento que podríamos sufrir ante una obra labrada en exquisito estilo antiguo, como resulta ser el de Bernini, no puede ser desde el influjo de nuestra inocencia uno muy diferente del amor.


En el torpe intento de no terminar casados con una Galatea como Pigmalión, intentaremos exponer el sentimiento confuso que encontramos en la obra catalogada como maestra del escultor Gian Lorenzo Bernini: Estasi di santa Teresa d'Avila o “El éxtasis de Santa Teresa”.

¿Por qué querríamos ver en un recinto sacro, la envolvente perfección de algo muy opuesto a lo que es popularmente conocido como un trance espiritual de una santa?
¿Es imaginable acaso que un católico ejemplar someta al clero y a los feligreses a lo que ha llamado Simon Schama “la agonía del orgasmo”?

Probablemente estamos ante un espectáculo carnal perpetuado por Bernini, pero, si este fuera el caso, ninguno de nosotros podría decir con sensatez que se trata de un simbolismo muy velado.
Entonces, para intentar desenmarañar los misterios del Éxtasis de Santa Teresa, retomemos el enigma sobre por qué Bernini colocaría a la Santa en una escena de un éxtasis mucho más corpóreo y erótico que lo que podríamos a la ligera llamar como: ¿Místico? ; ¿espiritual? Y, paralelamente, adoptemos las palabras de Santa Teresa como punto inicial de la inspiración de Bernini en el marco del inquietante sentimiento que comenzaremos a llamar sentimiento barroco.
Sería un error bastante atropellado que intentáramos hacer un despliegue del barroco mostrándolo como un movimiento artístico y mencionando a destajo su diverso legado para el mundo de la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y las artes en general .
No querríamos mostrar al barroco como una época porque al igual que sucede con el romanticismo, el motivo barroco no debe concebirse de esta forma que podríamos, por grandiosa que sea, entender como reductora del barroco (aunque popularmente tomemos el barroco como un periodo histórico, no es este el carácter primordial para la exposición de este punto).

Podríamos decir que hay algo de renacentista en lo barroco y algo de barroco en lo renacentista, pero fuera de cavilaciones, en el contexto de Bernini a nivel emocional y espiritual había surgido un sentimiento de desengaño en el colectivo, un sentimiento que si decidimos llamarlo barroco, llegaría para hacer que todo se viera de manera extraña; tan festiva como funesta, tan hermosa como pavorosa, y en el extraño caso de Bernini tan antigua como novedosa. Ese es el sentimiento que pretendemos observar. Era un dolce stil nuovo y había llegado para quedarse. ¿O es que incluso hoy no nos sentimos de cuando en cuando algo barrocos?

Probablemente en ciertos niveles de conciencia mística haya mucho de espiritualidad en lo erótico. Son muchos los misterios en torno a la sexualidad que distintos tipos de organizaciones religiosas parecen conocer, pero en definitiva la mayoría sostiene que a través del cuerpo y con el conocimiento de éste se puede llegar a crear una especie de puente entre el espíritu y el cuerpo que coloca al ser humano en un estado meditativo de conexión con Dios, y, adoptando una visión monoteísta de las cosas, donde la presencia de Dios sea absoluta en el universo, esto haría que obligatoriamente el ser humano y su cuerpo sean parte de Dios de modo que al estar en comunión total con el cuerpo, si se concibe de esta manera espiritual, se estaría en contacto directo con Dios percibiendo un placer del espíritu por encima del placer físico. Es una experiencia vital que, obviando el extraño pudor y censura que ha venido de la mano con el cristianismo desde sus inicios, podríamos comenzar a llamar éxtasis.
Así, cuando intentamos comprender aquello que hemos denominado éxtasis probablemente lo hagamos desde la idea de la plenitud física cuando deberíamos en cambio hacerlo desde la conciencia del cuerpo como fárfara del alma. De esta forma, el cuerpo es la manifestación tangible de lo que llevamos dentro: una extraña cámara donde a menudo y tormentosamente se conjuga el pensamiento, el anhelo y el vacío en forma de confusión y angustia.
El intento de comprender el ser, salirse de quien se es sólo por un instante con la imposible pretensión de observarse y obtener una respuesta sobre nuestra naturaleza, es un sufrimiento obligado que se impone a nuestra existencia y podemos entender como una forma de pasión. La siempre notoria pasión en las palabras de Santa Teresa.
Sin embargo, debemos tomar en cuenta que la única herramienta de Bernini resulta ser la imagen que podía ofrecer de Santa Teresa por eso es quizás que nos encontramos ante una monumental compulsión corporal. Ahora lo único que queda por hacer es comprenderla.
Una entidad totalmente sublime cuyos rasgos de ningún modo serán ni por primera ni por última vez mencionados: Sus ojos ligeramente abiertos, se desprenden de la conciencia. Sus manos que han abandonado toda tensión, ya no quieren aferrarse a nada. Sus pies, última expresión de sus espasmos, parecen suspenderla en una divina levitación. Su boca entreabierta emana un gemido ahogado que expone inevitablemente la delgada línea existente entre el dolor y el placer. Envuelta toda ella en túnicas que, como ha sugerido Simon Schama: “Son una representación de lo que sucede en su interior, el clímax mismo, un océano agitado de olas que se pliega en huecos y grietas como olas que rompen en la costa.” Todo esto creado en un ambiente de complicidad con un ángel de Dios que la ha seducido plenamente.

La Santa Teresa de Bernini representa con dramatismo resplandeciente en esta escena la fragilidad del ser ante lo divino y cómo la entrega total es una forma de pasión. Un delirio que por naturaleza es ambiguo, tanto, como la pasión misma: un disfrutar el dolor y un dolor por el disfrute.

“Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.”
Santa Teresa de Ávila.
La proeza de Bernini fue sin duda ver. La forma que se podría dar a los pensamientos de Santa Teresa es la forma de la obra misma. De ahí provendría entonces ese carácter tan explicito como barroco y ese “morir por no morir”.

Los misterios en torno a la obra quedarán siempre abiertos a la interpretación; definitivamente debe haber algo de hermetismo en una imagen que pareciera ser evidente. Quizá sea esta una manera de decir algo muy complicado a través de una imagen que en primera instancia parece revelarnos un orgasmo cualquiera petrificado.
Es poco probable que Bernini haya querido inmortalizar la imagen de Santa Teresa. Más que eso, Bernini pareciera querer perpetuar los sentimientos que refleja Santa Teresa en sus palabras. Ese sentir y sufrir la adoración de Dios como algo a lo que el fútil cuerpo humano no puede rebatir, ni ignorar, ni siquiera rechazar.
Podremos decir entonces que lo destacable en esta obra de Bernini es el alto grado de sensibilidad que manifiesta el artista ante lo que Santa Teresa quería decir, algo que nadie sabe aún con exactitud, pero que permanece encriptado en la vorágine del episodio representado por el artista: un instante fascinante de la más divina beatitud.



Tiempos violentos



“Este mundo exclamará por siempre la película que vi una vez
y este mundo te dirá por siempre
que es mejor mirar a la pared.”

-Carlos Alberto García Lange-

Hay unos tipos que salen con esperanza a las cinco de la mañana, unos tipos insomnes que se han cansado de su balcón y protegen del tiempo los últimos cigarrillos amorfos. Guardan la ilusión de que la contemplación del domingo a las cinco de la mañana sea diferente de la que hacemos el resto de los días. El domingo tiene un valor especial, que está subvalorado porque en pleno amanecer es, en su inmensidad, mayormente vacío. ¿Es así?

La ciudad está deshabitada parcialmente, el rumor de los autos es escaso y asemeja a las olas del mar. Los contempladores observan con cuidado y curiosidad la breve inutilidad de los semáforos. Los sitios por donde caminamos constantemente se reescriben, cambian nuestros gestos y nos permiten andar por ahí fluyendo con el rayar del alba, observando con asombro anuncios publicitarios que gritan: “Keep Walking.” Así realizamos nuestro sorprendente paseo, sorprendente porque nos mezcla con las frecuentes mutaciones de nuestra ciudad; lo que estaba acá ya no está, en lo que estaba hay otra cosa, y si no hay nada, está el sentimiento que obliga a la gracia a copular con su enemiga desgracia: sentimiento llamado nostalgia.

Conforme damos cada paso, se esfuma el segundo del que sólo tendremos memoria, memoria que para nosotros será televisiva, quizás televisada; cinematográfica. Lo que nos queda de nuestros momentos es esa voz que nos grita: está esto, está aquello, me hace falta lo otro… Por los ojos se nos escurre el alma desesperada pensando: Esto no volverá. Damos tumbos de preocupación. Más adelante, enmarcados por los árboles de la ciudad, verdor cuya magnificencia es generalmente ignorada, menospreciada, quizá sonreímos por un sentimiento agradablemente familiar que nos dice: vendrán tiempos mejores. La falta de certeza nos deja impreso en el rostro el gesto de la resignación, del ir conforme se nos coloca el camino delante. Nuestra expresión no es particular; vestimos con orgullo la cara, manos y pies que nos fueron asignados en la repartición de cuerpos, seguimos caminando y quizás en ese sol 8:00 a.m., platónico (de plato, no de Platón) germina una vez más en nuestro espíritu el irreductible e inadvertido sentimiento de la melancolía, pero, ¿A quién podríamos engañar poniendo este asunto como sorprendente y novedoso cuando alguna fuerza nos sacó de casa a las cinco de la mañana para fumar un cigarrillo acechando el amanecer?

Caracas tiene muchas particularidades. Mirarla es agradable. Hemos desarrollado una especie de gusto por la observación de todos sus fenómenos, desde las avenidas que huelen a bosque, hasta los sectores humeantes de la avenida Baralt. Hemos aprendido a disfrutar tanto del café por allá como por acá porque se ha desarrollado una fascinación por todo lo que es la ciudad, por los miles de países que están integrados en ella, por todo lo que representa. Sus calles nos cuentan la historia de miles de personas, tanto de los que tienen pasión por las artes y los lugares sibaritas, como de aquellos que extienden la mano pidiendo limosna. En una misma ciudad conviven el motorizado enflusado, el motorizado con camioneta último modelo y el “de a pie”: el contemplador.

Así, conforme imprimimos nuestros pasos, vamos creando nuestra propia historia, haciendo registro de ella mientras probablemente somos además los observados, esa es una de las historias que tenemos para contar.

Caracas es una ciudad ambivalente, por una parte muy amable, por otra, muy violenta. Peor que ver un titular que diga: “Linchado, quemado y arrastrado violador de niñas adolescentes”, es ver a la caterva que lincha, quema y arrastra al tipo. En Caracas esto es posible.

Las anécdotas del Caracazo son infinitas. Mientras unos cuentan cómo corrían por la avenida Nueva Granada, literalmente, sobre los cadáveres esquivando balazos intentando salvar sus vidas, otros cuentan sobre la desesperación que reinaba esos días ante el desabastecimiento. En los sectores más necesitados las madres cuentan cómo hacían sopa con los periódicos para poderle dar una especie de sustento a sus familias. Miles se aproximaban a los establecimientos comerciales buscando desesperadamente alimentos, acá a eso se le llama saqueo. Lo recuerdo especialmente porque llegó mi hermano ese día a la casa, cargaba unas cajas con gesto de “estamos salvados”. Con un amigo decidió abrir la caja en busca de algún preciado manjar. Dentro de la cajas lo que los esperaba eran cientos de botellas de salsa inglesa con las que supongo mi familia hizo la comida de una década.

Es una verdadera lástima que el provecho que se le saque en este país a toda esta anecdótica, sea tan paradójicamente escaso a nivel cinematográfico, pues tenemos miles de versiones de Pulp Fiction, quizá alguna especie de desconocida versión de Natural Born Killers andando en este instante por ahí en el anonimato. No tenemos una forma certera de saber qué demonios pasa en esta ciudad, ni tampoco por qué tanto nos fascina. Lo que nos queda es abrazarla tal como es, no podemos negar cuanto nos gusta. Quizá, en domingo pueda tranquilamente dársele la espalda para contemplar “El Ávila” y disfrutar un poco de ese vértigo verde mientras viciosos nos aferramos a la nostalgia y a un cigarrillo. Quizás alguien nos esté observando.