viernes, 10 de agosto de 2012

Sobre el "Éxtasis de Santa Teresa" de Gian Lorenzo Bernini




“La melancolía es una manera, por tanto, de tener; es la manera de tener no teniendo, de poseer las cosas por el palpitar del tiempo, por su envoltura temporal. Algo así como una posesión de su esencia, puesto que tenemos de ellas lo que nos falta, o sea lo que ellas son estrictamente.”

María Zambrano




La primera oración, la primera que funcione para explicar sucesos tan impenetrables como la sublimación de un mineral hasta el punto de parecer poseer total movilidad y alma. Poder hablarnos, poder respirar, tener olor y más allá sentir. Es probablemente muy difícil de encontrar en el estado transitorio del mirar y el creer. Se está totalmente poseído por el arte: aterrorizado, feliz, triste, loco, vivo o muerto. Sumido en un profundo vértigo sensorial que hace, con este abrupto estrépito místico del contemplar una pieza artística, una exposición intrínseca y total de nuestra vulnerabilidad ante la seducción de lo que fue, alguna vez, piedra. De lo que hoy es pura sensualidad.

No debe ser en vano la prohibición de adoración de imágenes a la que están sometidas algunas religiones. En algunos casos, el sentimiento que podríamos sufrir ante una obra labrada en exquisito estilo antiguo, como resulta ser el de Bernini, no puede ser desde el influjo de nuestra inocencia uno muy diferente del amor.


En el torpe intento de no terminar casados con una Galatea como Pigmalión, intentaremos exponer el sentimiento confuso que encontramos en la obra catalogada como maestra del escultor Gian Lorenzo Bernini: Estasi di santa Teresa d'Avila o “El éxtasis de Santa Teresa”.

¿Por qué querríamos ver en un recinto sacro, la envolvente perfección de algo muy opuesto a lo que es popularmente conocido como un trance espiritual de una santa?
¿Es imaginable acaso que un católico ejemplar someta al clero y a los feligreses a lo que ha llamado Simon Schama “la agonía del orgasmo”?

Probablemente estamos ante un espectáculo carnal perpetuado por Bernini, pero, si este fuera el caso, ninguno de nosotros podría decir con sensatez que se trata de un simbolismo muy velado.
Entonces, para intentar desenmarañar los misterios del Éxtasis de Santa Teresa, retomemos el enigma sobre por qué Bernini colocaría a la Santa en una escena de un éxtasis mucho más corpóreo y erótico que lo que podríamos a la ligera llamar como: ¿Místico? ; ¿espiritual? Y, paralelamente, adoptemos las palabras de Santa Teresa como punto inicial de la inspiración de Bernini en el marco del inquietante sentimiento que comenzaremos a llamar sentimiento barroco.
Sería un error bastante atropellado que intentáramos hacer un despliegue del barroco mostrándolo como un movimiento artístico y mencionando a destajo su diverso legado para el mundo de la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y las artes en general .
No querríamos mostrar al barroco como una época porque al igual que sucede con el romanticismo, el motivo barroco no debe concebirse de esta forma que podríamos, por grandiosa que sea, entender como reductora del barroco (aunque popularmente tomemos el barroco como un periodo histórico, no es este el carácter primordial para la exposición de este punto).

Podríamos decir que hay algo de renacentista en lo barroco y algo de barroco en lo renacentista, pero fuera de cavilaciones, en el contexto de Bernini a nivel emocional y espiritual había surgido un sentimiento de desengaño en el colectivo, un sentimiento que si decidimos llamarlo barroco, llegaría para hacer que todo se viera de manera extraña; tan festiva como funesta, tan hermosa como pavorosa, y en el extraño caso de Bernini tan antigua como novedosa. Ese es el sentimiento que pretendemos observar. Era un dolce stil nuovo y había llegado para quedarse. ¿O es que incluso hoy no nos sentimos de cuando en cuando algo barrocos?

Probablemente en ciertos niveles de conciencia mística haya mucho de espiritualidad en lo erótico. Son muchos los misterios en torno a la sexualidad que distintos tipos de organizaciones religiosas parecen conocer, pero en definitiva la mayoría sostiene que a través del cuerpo y con el conocimiento de éste se puede llegar a crear una especie de puente entre el espíritu y el cuerpo que coloca al ser humano en un estado meditativo de conexión con Dios, y, adoptando una visión monoteísta de las cosas, donde la presencia de Dios sea absoluta en el universo, esto haría que obligatoriamente el ser humano y su cuerpo sean parte de Dios de modo que al estar en comunión total con el cuerpo, si se concibe de esta manera espiritual, se estaría en contacto directo con Dios percibiendo un placer del espíritu por encima del placer físico. Es una experiencia vital que, obviando el extraño pudor y censura que ha venido de la mano con el cristianismo desde sus inicios, podríamos comenzar a llamar éxtasis.
Así, cuando intentamos comprender aquello que hemos denominado éxtasis probablemente lo hagamos desde la idea de la plenitud física cuando deberíamos en cambio hacerlo desde la conciencia del cuerpo como fárfara del alma. De esta forma, el cuerpo es la manifestación tangible de lo que llevamos dentro: una extraña cámara donde a menudo y tormentosamente se conjuga el pensamiento, el anhelo y el vacío en forma de confusión y angustia.
El intento de comprender el ser, salirse de quien se es sólo por un instante con la imposible pretensión de observarse y obtener una respuesta sobre nuestra naturaleza, es un sufrimiento obligado que se impone a nuestra existencia y podemos entender como una forma de pasión. La siempre notoria pasión en las palabras de Santa Teresa.
Sin embargo, debemos tomar en cuenta que la única herramienta de Bernini resulta ser la imagen que podía ofrecer de Santa Teresa por eso es quizás que nos encontramos ante una monumental compulsión corporal. Ahora lo único que queda por hacer es comprenderla.
Una entidad totalmente sublime cuyos rasgos de ningún modo serán ni por primera ni por última vez mencionados: Sus ojos ligeramente abiertos, se desprenden de la conciencia. Sus manos que han abandonado toda tensión, ya no quieren aferrarse a nada. Sus pies, última expresión de sus espasmos, parecen suspenderla en una divina levitación. Su boca entreabierta emana un gemido ahogado que expone inevitablemente la delgada línea existente entre el dolor y el placer. Envuelta toda ella en túnicas que, como ha sugerido Simon Schama: “Son una representación de lo que sucede en su interior, el clímax mismo, un océano agitado de olas que se pliega en huecos y grietas como olas que rompen en la costa.” Todo esto creado en un ambiente de complicidad con un ángel de Dios que la ha seducido plenamente.

La Santa Teresa de Bernini representa con dramatismo resplandeciente en esta escena la fragilidad del ser ante lo divino y cómo la entrega total es una forma de pasión. Un delirio que por naturaleza es ambiguo, tanto, como la pasión misma: un disfrutar el dolor y un dolor por el disfrute.

“Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.”
Santa Teresa de Ávila.
La proeza de Bernini fue sin duda ver. La forma que se podría dar a los pensamientos de Santa Teresa es la forma de la obra misma. De ahí provendría entonces ese carácter tan explicito como barroco y ese “morir por no morir”.

Los misterios en torno a la obra quedarán siempre abiertos a la interpretación; definitivamente debe haber algo de hermetismo en una imagen que pareciera ser evidente. Quizá sea esta una manera de decir algo muy complicado a través de una imagen que en primera instancia parece revelarnos un orgasmo cualquiera petrificado.
Es poco probable que Bernini haya querido inmortalizar la imagen de Santa Teresa. Más que eso, Bernini pareciera querer perpetuar los sentimientos que refleja Santa Teresa en sus palabras. Ese sentir y sufrir la adoración de Dios como algo a lo que el fútil cuerpo humano no puede rebatir, ni ignorar, ni siquiera rechazar.
Podremos decir entonces que lo destacable en esta obra de Bernini es el alto grado de sensibilidad que manifiesta el artista ante lo que Santa Teresa quería decir, algo que nadie sabe aún con exactitud, pero que permanece encriptado en la vorágine del episodio representado por el artista: un instante fascinante de la más divina beatitud.



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