Voy a imponerte el peso
de noventa poemas
sobre la carne y mis
palmas sobre las rodillas
que el sudor con su fino rocío
nos bendiga como amantes de oro
que cada palabra se hunda
temerosa entre los poros
que tus ojos de ónix perlas
no rehúyan de la luz
que se entretejan
nuestros cabellos
de emociones profundas
y una mano resguarde la otra
mientras llegan los estrépitos
del sueño
libaciones
imploraciones
ofrendas y alabanzas
para invocar entre las sábanas
los destellos escasos
de la divinidad.
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