sábado, 27 de agosto de 2011

Eve Ensler: Suddenly, my body.

Aziz y yo


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Go lightly on the ground

I’m not the one you want, babe

I will only let you down. >>

Bob Dylan

Aziz sonreía como un niño. Aziz y yo caminábamos bajo la lluvia, no nos importaba. Aziz siempre se mostraba un poco displicente. Aziz hacía chistes crueles, solía ser machista y comparar a las mujeres de piel oscura con primates. Aziz me hacía el desayuno, no era un cocinero demasiado especial, ni mucho menos, pero tenía inventiva y hacía las cosas con esmero y cierto toque de personalidad que lo hacía cautivador. Aziz montaba los pies en el borde de la cama aun cuando no se había descalzado. Aziz hacía una danza loca cuando se despertaba. Aziz me levantaba con la punta de un bokken sobre la nariz; siempre abría los ojos abrumada, por profundo que fuera mi sueño. Aziz tenía el pecho curvo como un genio. Aziz hacía un pequeño gesto con su ojo derecho. Aziz caminaba como un pingüino, con los pies abiertos en un ángulo mayor al regular de los seres humanos. Aziz no roncaba al dormir. Aziz tenía cierto odio por el trabajo y las labores domésticas, ¿quién no? Aziz era observado por mí con mucho detenimiento: lo observaba cuando conducía, cuando se lavaba los dientes, cuando abría la puerta de la casa. Aziz se tiraba siempre en el suelo como en una especie de ritual meditativo que demostraba cierto aburrimiento por la vida y su cotidianidad. Aziz conversaba con los ojos abiertos y claros, yo sabía cuando estaba emocionado por el brillo particular que despedían. En una primera toma, Aziz se dirige a Fairouz, yo hago un plano completo de los gestos que él hace con las manos; en una segunda, Fairouz le habla a Aziz sobre experiencias pasadas y yo capturo su boca, Fairouz decía las cosas como entre dientes. En una tercera toma, me capturo embadurnando una galleta con pasta de anchoas; en otra, Aziz me toma señalándolo y burlándome de él porque siempre le quedaban restos de comida alrededor de la boca, debe haber sido a causa de la barba. En una toma después, danza solitario mi pie izquierdo en sandalias, en otra, el derecho. Aziz asía mi mano con fuerza cuando íbamos por la calle. Aziz tenía predilección por la comida china y todo lo oriental aunque decía que el sushi era una cuestión como una mujer demasiado hermosa, algo que uno no podía tocar sin sentirse ridículo. Aziz y yo siempre visitábamos a Fairouz y a Ishmail, siempre me gustó el detalle de no sentirme extraña ante sus amigos. Aziz y yo caminábamos sin destino fijo por horas. Aziz y yo viajamos juntos varias veces, todavía recuerdo el atardecer y el amanecer a su lado, acampando o en cualquier sitio remoto del interior del país. Aziz sabía pescar, me hubiese gustado aprender alguna vez. Aziz y yo dormíamos abrazados. Aziz y yo nos separábamos por lapsos muy breves, a veces por un día; otros, por dos. El tiempo más largo que pasamos el uno sin el otro fue aproximadamente dos semanas y casi nos volvimos locos. Aziz y yo nos besamos como nunca en el aeropuerto cuando llegó de su viaje. Aziz me compuso una canción en piano que me hizo llorar. La penúltima vez que lo vi Aziz lloró; la última, me dijo que mi perfume olía como alguna especie de medicación. Me di cuenta entonces de que quedaban muy pocos rastros del hombre que yo había amado tanto. Con el tiempo me deshice de tanta ingenuidad y sólo con el tiempo comprendí que sobre el amor se puede escribir únicamente cuando no se está ya bajo su influencia. En una primera toma Aziz me toma de la mano; en otra, pasa las yemas de sus dedos sobre mis caderas caprichosamente.

martes, 23 de agosto de 2011

Crossing the Bridge - The Sound of Istanbul (P1. E-Subs: CC)

Martinho da Vila - Disritimia

Sinead O'Connor - Molly Mallone

Soko - I'll Kill Her

Yael Naim new soul

Andrew Bird - "Imitosis"

Fleet Foxes - White Winter Hymnal

Selim Sesler & Orchester con Idil Üner - Su karsiki dagda bir fener yana...

Clarice Lispector: "Felicidad Clandestina"


Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.

Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.

¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

If James Lipton starts to ask...


1.- What is your favorite word?
(colapso porque me gustan muchas palabras)
Virtud.
2.-What is your least favorite word?
(me muero de risa)
la-ga-ña.
3.-What turns you on?
Music/Words.
4.-What turns you off?
Errores ortográficos/ Paulo Coelho.

5.-What sound or noise do you love?
El sonido del mar al despertar.

6.-What sound or noise do you hate?
El de una mujer discutiendo.

7.-What is your favorite curse word?
Yaharooth!

8.-What profession other than your own would you like to attempt?
Medicina.

9.-What profession would you not like to do?
Administración.

10.-If Heaven exists, what would you like to hear God say when you arrive at the Pearly Gates?
¿Al fin llegas? Me hiciste esperar demasiado, la cena está lista.



Russian tango from Paris: Vertinsky: Tango Magnolia, c.1929

The White Stripes - Just Don't Know What To Do With Myself

domingo, 7 de agosto de 2011

Guarda y custodia


Enseño a mi hijo a comer despacio

no me preocupa que se atragante

sino que queden en el olvido para él

los primeros sabores

le pido cuando está lleno de temor

que me mire al centro de los ojos fijamente

¡Mírame!, ¡Mírame!

le digo -como las demás mujeres-

bájate de ahí

no rompas las matas

no me sueltes

mi hijo podrá detenerse en el gusto

en los primeros sabores

podrá detenerse en la contemplación

espero sepa decirlo casi todo

sobre primeros amores

Golpes de sol



A Raymond Osuna,

¡Tiempo sin verte, pelinegra!

¿Cuánto tiempo tenías tú sin verla a ella?

te robó

aunque le hayas coqueteado

te robó

recuerdo tu andar

lo que es ser rebelde

a los trece

Doctor, usted no sabe

lo que es tener trece años

hoy trece años después

alguna tragedia

o persecución

te llevó al caudal más oscuro

de nuestra ciudad

¿Qué hiciste para que te llevara hacia

una senda maloliente?

La coronación de tu vida

el último punto

el término

en lo más oscuro de todos nosotros

y yo pretendiendo hacerte un poema

cuando ya los poemas no aguantan

ni orine

ni semen

ni mierda

¡Vete con ella!

ya no hay otra posibilidad

pero búrlate de ella

dile que yo no te voy a recordar

ni sucio

ni perdido

ni muerto

que te quedas ahí

en el primer recuerdo

caminando por la avenida

en sentido opuesto a mí

disuelto en golpes de sol.


(Cerca del mar, 5/8/11)