sábado, 8 de septiembre de 2012

27

Son las 12:08 minutos de la madrugada del 4 de septiembre de 2012. Faltan 10h 38m para que se cumplan 27 años desde el momento de mi nacimiento. Este es el año donde, según el legado de algunas superestrellas, me suicido o no. Siempre he pensado en el suicidio y siempre he tenido motivos de sobra para ejecutarlo (o ejecutarme) pero mi curiosidad llega a planos tan ambiciosos que creo jamás la vida será horror suficiente como para evadirla. Así la disfruto en su totalidad; de ciertas ruinas y miserias nace el proceso creativo.
Las personas como yo obedecen, o más bien tienen el deber de obedecer, a ciertos rituales que ayudan a llevar la vida de forma estructurada. Las personas como yo consideran un ritual hacer el amor el día de su cumpleaños. Este año la ruina consiste en que no hay ruina ni tampoco miseria. Mi ruina consiste en no poder intuir el final de aquello que siquiera ha empezado todavía. ¿Bajo cuál artimaña se confirma esta vez el hallazgo de mi intuición? Él allá, intuyendo o inocente, da igual. Lo amo e intuyo de la misma manera. Este año prescindo de mi ritual para darle lugar a algunas nuevas tradiciones que no han saltado a mi cabeza, como era el caso de este escrito media hora atrás.
Este año aprendo a vivir lejos de mi hijo. Es la más ardua labor que me ha tocado después de la maternidad. He aprendido a invertir el tiempo extra en ciertos campos de la reflexividad que no visitaba con tanta frecuencia. Persigo hacer ciertos surcos que ofrezcan espacio a nuevos conocimientos, como, por ejemplo, hablar chino mandarín. Saber en qué demonios consiste concretamente un algoritmo. He decidido repasar mis estudios de mitología grecorromana. Siempre me ha parecido fascinante, sobre todo ahora que estudio con algo de seriedad el campo de la astrología. Además, llevo como tres o cuatro años cargando con un instrumento en un rincón del cuarto que aún no aprendo a tocar bien. Me he propuesto leer música unas tres o cuatro veces y como resultado he aprendido algunos códigos de teoría musical que olvido poco tiempo después. De música hasta ahora sólo sé dos cosas básicas: no enmarco mis gustos en escalas con nombre y apellido. La menor, Do mayor y Re menor son amasijos matemático-verbales que no sé diferenciar todavía. Discrimino la música no por géneros, artistas ni virtuosismos sino por la propensión que tengo hacia ciertos estallidos de la piel y lo más profundo del alma. En otro lugar, no segundo sino más hondo, yace la potencialidad que tiene la música para arrojarme a un autismo que se manifiesta en arritmias y otros enloquecimientos de la emoción que hacen retumbar mi pecho. Aún la técnica no priva sobre la emoción, por tanto, la ejecución no existe. Así tengo la misión de llevar a algún buen puerto lo que sé y no sé sobre música.
Por otra parte, tengo un par de años entregada a recorrer la poesía, he ganado lecturas muy productivas, reflexiones que llevan a diversos lugares de lo interno. Considero la poesía una de las formas más profundas de revelar percepciones y de exponer la parte del alma que reposa en nuestro lenguaje. Sin embargo, para este año, me he propuesto incursionar con respeto en el terreno de la narrativa a fin de ofrecerme una faz más integral como pichón-de-hacedora-de-cadenas-de-palabras. Quiero contar los chismes, las anécdotas, los momentos sin recurrir a la ya tan utilizada arma de la encriptación verbal que, queriéndolo o no, la poesía me ha brindado.
El resto es lo de siempre: Contemplar, estudiar, ejercer una pragmática con una anchura suficiente como para que le quepan dentro uno o dos empleos que paguen algunas imprescindibles latas de sardinas que estoicamente aprendí a comer con gusto después de vieja y también las copas de vino que Miró Pópic, en todo el ejercicio de su vasta ridiculez, aconseja beber para la salud y aquellos Vodka Tonics a los que tanto temor les tenía desde remotos diálogos de “Lost in Translation” que con algunos re-watches y re-bebidas he aprendido a adoptar como bebida oficial del equipo de yo. Me tienen sin cuidado la mayoría de los gustos; quiero viajar, probar, y plasmar el asunto sobre papel. Han sido ya demasiadas exploraciones desde la depresión y la psicoterapia. Este año quiero nutrir mi mundo interior, al cuerpo con costumbres quizás un tanto más apolíneas; tener los arquetipos en orden. Si llevo mi plan a cabo, sólo me quedará pendiente aquel asunto de asumir los nombres tan pronunciados sin temor de que algún temblor, trastabilleo o tiritar revele el hondo amor que se esconde bajo las palabras y breves pensamientos que en lo que va de año se han acostumbrado a ser bien administrados y a lo que considero más valiente de amor: la prudencia de no esperar nada.

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