jueves, 17 de enero de 2013

Dulcificación de la razón - María Zambrano (fragmentos)

No es el Logos el principio del mundo, sino la medida, ley de la naturaleza invariable e inflexible.  Ley sin resquicio para la libertad ni la piedad.[...] Y al ser la razón medida y armonía, la ley queda casi imposible de fijarse. De ahí que la verdadera medida no pueda encontrarse en un dogma, sino en un hombre concreto que percibe con su armonía interior. la armonía del mundo. Es una cuestión de oído, una virtud musical la del sabio; es una actividad incesante que percibe, y es un contínuo acorde. Es, en suma, un arte. La moral se ha resuelto en estética y como toda estética tiene algo de incomunicable. [...]

La virtud suprema es la elegancia, puede decirse; guardar la línea, lo que un español madrileño de hoy llama "guadar el tipo".

Y este transformar la ética en estética y hacer de la elegancia una virtud hasta la muerte, parece ser el secreto último de Séneca [...] Es la razón en su forma más social y aun más sociable, la diplomacia; siempre pactando, siempre evitando la total ruptura aun es las vísperas de guerra, para conservar el estilo, para conservar la razón.  [...] Y la forma única de la moral tiene que ser, necesariamente, estética, la línea, la forma pura.

La fe estoica era la antigua fe griega en la razón natural, en el <<fuego que alumbra con medida y se extingue con medida>>. Vivir y morir con medida es la ley suprema, única ley; ley musical más que racional. [...]

Nada más antisenequista que la queja de Job, el pedir cuentas a la divinidad. Séneca no tenía en parte alguna a quien pedir cuentas. La razón impersonal no deja pregunta alguna acerca de sus injusticias. Vivía en la desolación total de quien acepta la razón por entero y luego la encuentra desvalida. Desvalida como se encuentra siempre la razón natural, cuando la misma naturaleza la desmiente. La razón natural, la razón que no se diferencia de la vida, coincidente con ella y que por lo mismo no sirve para explicarla, ni para trascenderla; todo lo más para soportarla.

Soportar la vida. Conllevarela dignamente. La dignidad es el único resquicio para el estóico, lo más parecido a la libertad personal, pero más conmovedor a nuestros ojos, porque no tiene horizonte alguno; dignidad a la desesperada. [...]

Porque esta resignación es un ni creer ni no creer. Es ceder, ceder ante la muerte. Ceder a ser devorado por el tiempo o por el fuego. Eludir la existencia, que sale de sí afirmándose, el salir fuera venciendo los acontecimientos, en un acto de decisión. Es no querer alterar por nada el orden del mundo, por extraño que nos sea; mirarse sin rencor, haber cesado de verse y sentirse como algo que es. Es extirpar si lo ha habido, la tentación del yo, de la libertad. Es una especie de debilidad ante el cosmos; caer vencido por él sin rencor. 


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