¿Y si no habito los espacios donde se expande en mí el dolor
del desmembramiento implicado en el desgarre espiritual de mi Corazón cómo podré
habitar aquellos que tanto han intentado glorificar tu memoria?
Quizás el Tigre y el León desconocen el cansancio. Quizás.
Mas el rastro del perfume de la muerte hemos aprendido a abrazarlo por la
herida abierta.
No todos nosotros somos dorados hasta el final ni hemos
abrigado la antorcha en la retina.
No somos tréboles de cuatro hojas que resplandecen frágiles en
el prado, no.
A diferencia de las mitologías que aluden senderos de la
mejor fortuna, somos dorados hasta la muerte y tenemos memorias portadoras de
gestos que llevarán al abismo:
Para un umbral negro, las muchas de tus soberbias.
Para un purgatorio justo, los misterios de un gran vacío.
Y, finalmente, para un umbral blanco,
una muestra de tu piedad o cualquier cosa registrada que nos
haya servido para no olvidar algún mediodía donde sonreímos ante lo que
interpretamos entonces como tu bondad toda.
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