miércoles, 28 de marzo de 2012

Poemas - Armando Rojas Guardia

19

No buscados, hoy amanecen
el pan sin el soporte de la mesa,
el agua regia sin el vaso,
el árbol sin las letras que lo escriben o pronuncian,
el pájaro puntual en la ciudad dormida.
La lluvia pisa la grama y resucita
vírgenes perfumes. La cal nueva
fulge en la pared del campanario
donde el domingo me convoca.
Ese trozo de musgo en el asfalto
me recuerda que el Mundo, subversivo,
derrota a la Historia finalmente. Y con él,
vence este día, cabal e impronunciado,
rendimiento en su fasto la basura
acumulada ayer sobre la acera.
Hay asueto en la entraña del silencio
y hasta las motocicletas braman hoy
en el vacío festivo, como un circo
de animales prehistóricos jugando
en la infancia silvestre del oído.
La calle de siempre es otra calle:
una estampa escrita por detrás
en la caligrafía primera de la luz.
No hay mariposas, pero en cambio
34los ojos de aquel perro, bajo el porche,
agradecen, acuosos, el sol tibio.
Me miran ignorando su dulzura
en la extática plegaria del instinto.
¿Cómo cristalizó el mito de esta hora
en el ateísmo líquido del tiempo?
Alguien dibuja el día por nosotros.
Alguien me ama hoy, secretamente.



Escucho a John Coltrane

Lo único que la razón –la razón
no encarnada ni encarnante– no
podía concebir: (...) el cuerpo resurrecto.
José Ángel Valente



Escucho a John Coltrane pensando
que cierto jazz limita con la muerte
y lo que ella oraculiza.
Sus acordes, ontológicos, jadean el sentido
del cuerpo que lo oye viviéndose rítmica
dulzura urgente, melodía visceral, disonancia
en vértigo, lúcido fraseo coagulado,
dinámica espiral donde lo armónico
asciende bajo la forma de orgiástica estructura.
El sentido del cuerpo: metafísica ecuación
cuya incógnita el jazz sabe resolver
a través de su propia álgebra caliente,
superior matemática de elemental sonido
numerado en cadencias que lo elevan
a una complejidad enigmática
ante todo física, sensible: descifrar
este sonoro enigma estético
soluciona el de mi carne: porosa
masa orgánica devolviéndose, por él,
a su duración atónita, a sus latidos esenciales
al paroxismo que anhela ocultamente
y a la terquedad de su dicha encarada al sufrimiento,
la que suena, redentora, en ese tono
álgido, purísimo del saxo, soplado
por un aire capaz de inventar celebraciones.
El sentido del cuerpo: el jazz lo sabe
porque frasea el idioma corporal.
Cadenciándolo, cifra tal sentido, lo atesora
en sus abstracciones auditivas, las cuales
–esto es milagro sutil, prodigio lato–
no por ser abstractas dejan de ser carne,
dialecto sensorial de su materia y para ella.
Esta noche, escuchando a John,
el más profundo para-qué del cuerpo
se me confiesa, íntegro, durante la afilada hora
adonde entro a la búsqueda de tantos sudorosos
acordes gozándome y también agonizándome,
hallando en mi intensa vibración corpórea,
eco preciso de esos difíciles acordes,
aquel deseo que ha olvidado ya como se llama
pero cuyo objeto desovilla la compleja exactitud
del saxo: deseo recibido por la muerte
como la carnal demanda a transmitir
a esa adivina sin máscara, desnuda:
su nombre es cuerpo resurrecto
y contiene la promesa de un día no existirse momentáneo
sino a la misma eterna altura del espíritu.
Este es el sentido que el jazz identifica
abstrayéndolo de mis entrañas al vivir
dentro de ellas el deseo y la promesa.

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