martes, 24 de mayo de 2011

Carta a Bob Dylan


Caracas, 24 de mayo de 2011

Ante todo, reciba Usted Señor Bob Dylan mis más sinceras felicitaciones por su cumpleaños. Me sirve Usted de perfecta excusa para escribir estas palabras al son del tintineo de una leve y molesta fuga de agua que me acompaña sentada acá en el piso de mi cuarto de baño. Son las cinco de la mañana, no me dio la gana de dormir y no me dejé invadir por ningún remordimiento de consciencia que me gritase que tengo miles de cosas que hacer mañana. Llegué a la conclusión de que más horas de insomnio, para quién pasó por la Escuela de Medicina, por las crisis asmáticas; por la muerte de seres queridos, por noches de chismorreo solterón femenino; por preparados de absintio, por batidos de nestea con coca-cola que apartaran el sueño y el cansancio a patadas cuando se tiene que presentar un parcial sobre vaya usted a saber qué sobre la Teoría Literaria al día siguiente, para quien ha pasado, además, por la pérdida de amantes que han durado menos que mis mejores zapatos, simplemente, una noche de insomnio porque-quiero-escribir-lo-que-siento no le degenerará lo suficiente el semblante como para no estar parada en el resto de este día ante la ráfaga de viento.

Querido Señor Bob Dylan, siento que se me van los días en silencio, que como recurso desesperado le sonrío llorando a fotografías que ignoran que han capturado la vida que quisiera haber vivido. Seguro, en la valla publicitaria de los últimos pañales chicco, sí está presente este señor radiante que lleva de la mano a mi hijo. Seguro, en la película en cartelera está este señor excepcional que dice que tiene muchísimos defectos pero que hará lo que sea por el corazón de la mujer que ama. Seguro, cuando vuelva a despertar, no estaré escribiendo ninguna carta que intente nuevamente defender mis pocas virtudes. Ya me habré olvidado Señor Bob Dylan de la cantidad de himnos en los que he tenido que ahogar los dolores más profundos, y sabré bien, que mi hijo valorará las ocasiones en las que su madre le dice que está feliz y orgullosa vistiendo besos y sonrisas, y también, aquellas en las que le confiese en un escabroso ejercicio vinculatorio, todas sus penas en llanto.

Ya se habrán borrado de mi memoria Señor Bob Dylan, las posibles decoraciones de la casa minimalista que había soñado. Se me habrá olvidado su chinchorro plácido; y también el gato, el amplio balcón donde se ve lo que sea; y las réplicas de algunos cuadros de la Suite Vollard de Picasso que quería colgar aquí y allá. Mi cabeza dejará de recordar las gratas conversaciones en los pasillos de la universidad, la risa, y se deshará por completo del recuerdo de los hombres que tocan a la puerta con un ramo de flores. De aquellos que prometen cómodas noches de boda en lechos construidos como el de Odiseo y Penélope. De hombres que se confiesan felices y de los que aceptan que es primera vez que se les profesa un “Te Amo”, sincero o no. Porque Querido Señor Bob Dylan, ellos son los mismos que se beben mi café en solitario sin resquemores y le preguntan a todas cuál es su bebida favorita con un tonto: “¿Toddy o Nestea?”. Porque estos hombres reciben masajes, caricias y tertulia de buen grado pero no tienen las bolas para aceptar la crudeza de mi depresión, ni están dispuestos a quedar cansados por trabajo o por amor. Porque cuando hablan de fidelidad se refieren a ellos, a lo que los afecta, porque son ciegos y mudos al sentir ajeno. Porque estos hombres preferirán siempre, ofrecer una larga exposición sobre la tiranía de las mujeres que los alejaron de sus lugares soñados y yo fui lo suficientemente estúpida como para pensar que antes de mí ni siquiera tenían sueño.

Querido Señor Bob Dylan, esta noche me quedé despierta, porque me harté de contener el llanto, porque mis pies se cansaron de tantear los bordes de la cama esperando tropezar con la tibieza de otros pies, porque este desayuno es para comerlo sola, porque estas páginas son para mí y para Usted. ¿Por qué Usted? ¿Quién sabe? Yo sé.

No sé si soy la versión criolla de una triste Madame Bovary que se dejó deslumbrar por la ficción. No sé tampoco si soy la faz atrofiada de una Susanita de Quino. Pero mientras yo estoy acá escribiendo para darle sentido a mi vida, la vida se está viviendo en los libros y en demasiadas fotografías.

¡Feliz Cumpleaños, Señor Bob Dylan!

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